El lunes en la madrugada me ocurrió la principal desgracia que puede ocurrirle a una persona que goza de buena salud el 99% de los días del año. Me enfermé. No es que la enfermedad haya sido la más terrible de la existencia, más allá de que si me sentía muy mal (por ejemplo no me dio Tuberculosis o Fiebre tifoidea), sino que soy muy mala para enfermarme. Me tomo muy mal las enfermedades.
Conozco personas que aunque sea a rastras, sintiéndose extremadamente mal, son capaces de ir al trabajo e incluso ser productivos. Bueno, no es mi caso. Yo puedo rendir con una cierta molestia, pero no enferma. Menos con dolor. Además, dicho sea de paso, muy heroica será la actitud del trabajador inagotable, pero ir al trabajo enfermo es una irresponsabilidad considerando que un porcentaje considerable de las enfermedades agudas (esas que llegan sin decir agua va) son infecciosas, y que por lo tanto aquel abnegado ser que se sacrifica por la productividad de la empresa (y que de pasada malamente los jefes suelen alabar) es un foco infeccioso que anda esparciendo virus y/o bacterias por el globo terráqueo.
Cuando me duele la cabeza creo que es el peor dolor existente, y pienso que sería mejor tener dolor de estómago que es más aceptable y llevadero. Cuando es a la inversa y es el estómago el que duele, pienso que sería mejor tener dolor de cabeza. Me cuesta conformarme lo sé. Esta vez no me dolía ni uno ni otro de manera específica, sino que la enfermedad (esa aguda que se manifestó sin previo aviso mientras dormía, maldita) consistió en vomitar mucho, todo en realidad, hasta el agua, y un insoportable dolor de cuerpo, sobretodo de articulaciones.
Ahora, más allá de describir un cuadro de intoxicación que le está ocurriendo a varias personas en el mundo en este momento (os lo prometo) lo interesante de la enfermedad, como fenómeno, es el sinfín de ritos y acontecimientos que ocurren a su alrededor.
El primero es el de las visitas. A los enfermos siempre los visitan. Aunque el enfermo en cuestión se sienta pésimo (lo cual es una característica de la mayoría de las enfermedades) y no quiera ver a nadie. No importa. Lo visitan igual. Porque para peor es mal visto no visitar al enfermo. Te miran feo si te preguntan “¿oye y vas a ir a ver a…?” y tu dices muy suelto de cuerpo “No”. Usualmente ni siquiera la perspectiva de entrar a un antro de microorganismos hostiles hace que la gente desista, porque seamos claros, si vas a visitar a alguien con gripe, si o si ingresas a una nube viral (lo cual eleva a una potencia prácticamente infinita la probabilidad de que tu te enfermes).
Lo ideal es el teléfono, en mi humilde opinión. Llamar, esperar dos o tres ring y cortar. O sea, no insistir mucho tampoco, porque los enfermos, ya me encontrarán la razón ustedes, duermen caleta. Al menos el lunes yo estaba despierta dos horas y cerraba los ojos un rato que a mi parecer eran minutitos, y pasaba mágicamente una hora y media. Si el enfermo vive acompañado (triste un enfermo solo igual) se puede aplicar la técnica de llamar a otro personaje del hogar y preguntar si el moribundo está, primero despierto, y en caso afirmativo si está en condiciones de hablar. Esto es importante porque hay enfermedades que no se prestan para conversaciones, no solo las obvias como por ejemplo un operado de las cuerdas vocales, sino que por ejemplo cualquier operado (porque se llenan de aire ¿viste?) o para decir algo más común, una persona con mucha tos. Y con flema peor. Esa conversación pinta mal para cualquier lado del teléfono.
Otra cosa son los remedios caseros. Pero hablar de esto como genérico tomaría demasiado tiempo ya que hay infinidad, por lo tanto me referiré a un remedio en particular. La Sopa de Pollo. Dicen que lo cura todo. O por lo menos te hace sentir mejor. Si te duele el estómago te dan, la cabeza también, si te fracturaste la sopa de pollo te quitará el dolor (sabe Dios como) si te pegaste te hará sentir mejor. Vaya si te sientes triste, dicen, te subirá el ánimo. Siempre estará presente la lucha, sobre todo si hay fuerzas campestres y citadinas decidiendo el menú del enfermo, de que el pollo de campo es mejor, que el de industria es más limpio y un sinfín de etc. Lo importante es que la sopa de pollo sirve para todo (lo más raro es que al parecer es verdad). Y de pasada es rica.
Lo último y más cómico, es el diagnóstico no médico popular. Es decir, el de familiares y amigos. Una cantidad no menor de las veces que nos enfermamos, no vamos al doctor, porque nos da entre flojera, lata de tener que movilizarnos y que además nos cobren por decirnos (muchas veces) cosas que ya nos habíamos imaginado, y porque de manera instintiva sabemos cuando la enfermedad en cuestión es de esas que debemos asumir con paciencia porque así como llegaron se irán. Los doctores aparecen (en estos casos) solo cuando la cosa se prolonga una cantidad de días mayor o resulta ser más escandalosa a lo estimado por la mente del enfermo, o sus acompañantes. Sin embargo la ausencia de un diagnóstico irrebatible hace que todo el mundo de su opinión.
Generalmente todo mal de la humanidad parte por “un enfriamiento” situación que nadie es capaz de describir claramente ni mucho menos de explicar. La cosa es que al parecer la gente se va enfriando por la vida y esto conduce a los más diversos síntomas. Dolor de cabeza, diarrea, dolor de estómago, náuseas, dolor de cuerpo, de útero, temblores, etc. Imagine cualquier síntoma y se lo puede achacar al enfriamiento. Ah y ojo que no es cosa solo del invierno, también ocurre en el verano. Y tampoco tiene que ver (según he podido concluir luego de años de estudio) con el frío en sí, sino que con las corrientes de aire. Lo que sí está relacionado, sobretodo de acuerdo a las explicaciones maternas, es el andar a pie pelado.
Tan místico como el enfriamiento, es cuando te dicen que “se te cortó el cuerpo”, y al igual que el anterior provoca síntomas diversos, aunque tengo la impresión que tiene que ver más con el cansancio que con alguna enfermedad. Si estás medio adolorido, y con sueño sin un motivo aparente, fijo que alguien te dice “Ah, se te cortó el cuerpo”. Además tiene un componente tenebroso porque no sabes bien que parte del cuerpo quedó desconectada de la otra. De todas formas, la cura parece ser la misma del enfriamiento, acostarse y, como no, una sopita de pollo.
Finalmente, y para no alargarme, el tercer diagnóstico más común, el que es más científico porque se reconoce la presencia de una enfermedad infecciosa es el de “Los Bichos dando vueltas”… Te duele el estómago, te resfriaste o cualquier cosa que tenga que ver con secreciones corporales para ser franca, es por algún bicho que anda dando vueltas. Incluso hay bichos que las hacen todas porque a algunos se les culpa del resfrío, de la diarrea y de la conjuntivitis al mismo tiempo.
Por si alguien se lo pregunta en todo caso, ya me mejoré.
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