Albert Speer, conocido también como el “Arquitecto de Hitler”, fue parte del círculo íntimo de éste y algunos dijeron incluso, que su relación era comparable a la de padre e hijo. Así de cercana. El único al que Hitler vio como un igual, y que en algún momento, quiso imitar. Speer no era militar, sino un tipo de familia bastante acomodada, reconocido por todos como notablemente inteligente, amable y de buenos modales. “Encantador y carismático” son de las palabras más repetidas en cualquier biografía que se lea de él.
A pesar de no ser militar, y de tener una brillante carrera de arquitecto, en el año 1942 fue designado como Ministro de Armamento del Tercer Reich (ministerio en absoluto menor considerando el periodo del que estamos hablando) logrando milagros técnicos, como por ejemplo, aumentar la producción de armamento de manera considerable, a pesar del asedio de las fuerzas aliadas que hacían todo lo posible por aislar a Alemania. Dicho “milagro” en parte fue logrado gracias al trabajo como esclavos de millones de judíos llevados desde distintos países ocupados por los nazis.
Antes de terminar la guerra, y en vista de que la cosa ya estaba perdida, Hitler le ordena a Speer ejecutar lo que se conoce como la Política de tierra quemada, en palabras simples, destruir toda la infraestructura productiva, fábricas, maquinarías, granjas, no solo en Alemania, sino que en todo el territorio que aún era ocupado por los nazis. Speer no solo no hizo caso alguno a la orden, sino que además hizo que las fábricas siguieran produciendo, además de negarse a cumplir la orden de Hitler de incrementar la producción de gas que Hitler planeaba utilizar para eliminar a los Rusos que trataran de ingresar a Alemania por la frontera noroeste.
El año 1945 luego del término de la guerra, Speer fue detenido por los aliados y llevado a juicio en Nuremberg junto a otros 20 miembros de las cúpulas nazis. Los datos escritos (y donde por lo tanto no tenemos como ver las emociones de los participantes de un echo) dicen que Speer fue el único que no siguió el plan de Herman Göring (segundo al mando del Reich y sucesor de Hitler según testamento) de defender el nazismo como una actitud patriótica y digna de reconocimiento. Göring sabía que sus posibilidades de evitar la pena de muerte eran mínimas (como las de todo el resto), por lo que optó por la estrategia de hacer todo lo posible por morir como un mártir alemán. Speer por el contrario desde su primera declaración dijo haberse dado cuenta del gran error que había significado el régimen de Hitler, como había conducido a la destrucción de Alemania y del mundo, y no haber tenido idea de la existencia de campos de concentración (aunque si de los trabajos forzados) El no haber sido militar, le permitía elevar una defensa individual, sin embargo, el prefirió declararse culpable en “responsabilidad colectiva” es decir, tanto como cualquier otro, ya fuese por obra como por omisión y/o ignorancia.
Cuando pasamos en cambio a revisar testimonios de personas presentes en Nuremberg (integrantes de los grupos de fiscalía, carceleros, abogados, dactilógrafos, etc) cuentan que Speer, si bien siempre se mostró decidido en sus declaraciones, al mismo tiempo fue ambiguo en sus sentimientos al respecto. Aunque había remordimiento (o al menos parecía), también estaba aquella sensación de que el hombre era más inteligente que el resto de sus pares y se dio cuenta que admitir culpa era la única forma (aun remota) de lograr evitar la horca (nunca ser absuelto… era el ministro de armamento del bando que perdió la guerra)
Uno de los carceleros de aquella época (norteamericano) declaró con evidente admiración, que Speer era un tipo realmente encantador. Al contrario de otros acusados, que presentaban un carácter fuerte, muy dominante y orgulloso, Speer era amable, nunca respondía mal y era considerado con las personas (preguntaba a los demás por familiares, salud y cosas así), Varios dijeron “Era muy fácil identificarse con él, era como uno más de nosotros”, impresión a la que sin duda ayudaba mucho que no fuera un militar.
Incluso el fiscal del caso, quien siempre se supo no solo quería condena para los nazis, sino además desprestigiarlos de modo que nadie pudiera admirar su doctrina, reconoció estar profundamente impresionado con Speer, de su carisma, y de su posición que de paso, fue fundamental para poder ir contra todo el resto de los prisioneros.
El año 1946 una parte importante de los acusados fueron condenados a morir en la horca (como por ejemplo el mencionado Göring, aunque éste se suicidó con una ampolla de veneno antes de su ejecución) o bien a cadena perpetua. Speer fue condenado a 20 años de presidio, a pesar de haber sido encontrado culpable de los mismos cargos que otros. Cumplió su condena y en el año 1966 fue liberado, reinsertándose sin ningún problema a la sociedad alemana como un miembro respetado. Más aún, en varios países (USA, incluso UK) se le consideraba una suerte de héroe. Fue entrevistado por un sinfín de revistas y periódicos (incluida playboy) y escribió varios libros semi autobiográficos que hicieron reventar las ventas. Murió por causas naturales en 1981.
Hasta el día de hoy, la gente que de alguna u otra manera ha leído, estudiado, investigado a Albert Speer se dividen entre aquellos que lo llaman “El Nazi que pidió perdón” y que por lo tanto creen que su arrepentimiento fue sincero, y los que están convencidos que fue el único nazi que logró engañar al mundo. Valiéndose de su encanto y carisma, el cual como ya he dicho ha sido “acreditado” por cuanta persona se le acercó, logró convencer no solo a jueces y abogados, sino a gran parte del mundo, que no era igual al resto, por encima incluso de lo que dijeron sus actos.
Toda esta perorata interminable y probablemente latera la utilizo solo para una reflexión corta que tengo en la cabeza desde hace días (y en donde justifico el título del blog).
Siendo todas las personas una suerte de conjunto de defectos y virtudes ¿puede que existan un par de cualidades que se superpongan a todos ellos, y los hagan parecer insulsos e incluso poco importantes? ¿Importa que una persona no sea en absoluto empático mientras sea capaz de encandilarnos? ¿Nos parece menos interesante una persona buena (con la definición que quieran darle a esa palabra) pero que no tiene el don de ser, además, carismática? Más aún, ¿estamos dispuestos a perdonar más, dar mayores oportunidades, ayudar de mejor manera, al que por su naturaleza nos cayó bien?
El problema que encierran estas preguntas, creo yo, no es tanto si hacemos una u otra cosa, o si elegimos actuar de esta u otra manera. El problema es que tardamos demasiado en darle peso a las cosas. Eventualmente podemos alejarnos de un tipo(a) por ejemplo mentiroso o falso pero extremadamente simpático, y también podemos acercarnos a alguien bondadoso pero aburrido. El problema es cuanto nos demoramos en sobreponernos al encanto. En el caso de Speer el mundo se demoró tanto en reaccionar luego del encandilamiento, que probablemente nos metieron el dedo en la boca a todos.
Eso no más. No ofrezco soluciones o consejos porque no tengo ni lo uno ni lo otro.
PD: Para los que siguen despiertos aún después de haber leído este testamento interminable, le recomiendo bien recomendado que vea el especial (docu-serie bien interesante) que la BBC realizó el año 2006 acerca de los Juicios de Nuremberg (se cumplían 60 años). Tres capítulos (Speer, Göering y Hesse) realmente notables, con actuaciones simplemente WOW. A partir de uno de estos capítulos (que vi el otro día y usted se imaginará cual) me nació esta idea de blog.
Notable entrada. Está muy bien escrita! Tanto así que me la he leído enterita para saber el desenlace del carismático nazi.
ResponderEliminarSaludos