Chavela Vargas.
Una de las “gracias” de la pandemia y el cierre
de los cines y por lo tanto de los estrenos de blockbusters (gracia… digámosle así)
es que en ausencia de películas de enormes presupuestos que se lleven las
miradas de los espectadores, en cierto modo ha florecido el cine independiente
(me refiero a que gente que usualmente no se acerca a este cine lo ha hecho
ahora por ganas de ver algo) y junto con esto, los documentales. Este ha
sido un gran año para ver documentales, y Netflix lo sabe.
Dentro de estos documentales, uno muy bueno (¿tal
vez el más bueno?... a lo mejor el que más me ha gustado) está el de
Chavela Vargas.
Aclaro desde ya, que mi conexión y conocimiento
de Chavela Vargas, hasta el minuto que vi el documental, era cercano a cero.
Básicamente sabía que existía, que cantaba, y que la nombraban en el Chavo del
8 (alguna vez Don Ramón, creo, dijo algo así como “Y yo soy Chavela Vargas).
Supongo que esto hace inexplicable por qué me dio por ver un documental de algo
que me es totalmente ajeno, y creo que es porque me gustan mucho los
documentales. No sé.
La cosa es que me encontré con un documental
biográfico, pero no típico. Un documental lleno de amor y respeto por su objeto
de estudio, pero además de una honestidad cruda y sin muchos miramientos. ¿Hay
mejor forma de conocer a una persona?
La historia de Chavela Vargas, además de
difícil, es maravillosa. Además de llena de errores y defectos, es inspiradora
y llena de esperanza. Y sobre todo es un canto a las mujeres. De todo tipo y de
toda condición. Es un documental de mujeres que empujan a otras mujeres. Que
abrazan sus diferencias, que se enfrentan a la vida.
Y, finalmente, es la historia de un triunfo
inesperado.
De lo mejor del año.
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